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Eneko FRAILE UGALDE


(1968)

Eneko Fraile-Ugalde nació en Rentería, cerca de San Sebastián, en 1968. Desde temprana edad, el futuro artista sintió una atracción irrefrenable por las artes y, en concreto, las artes plásticas, la música y la literatura conforman sus tres ejes fundamentales Dotado de inmediato para la reproducción naturalista, Fraile, a los 10 años de edad, pudo enorgullecerse de producir retratos «reconocibles», y así lo demostró con su primer representado— su padre. Lógicamente, cuando llegó el momento de elegir una disciplina académica, Fraile optó por las bellas artes, formándose en la Universidad del País Vasco entre 1986 y 1989. El artista interrumpió su formación con un año sabático, que pasó en la selva brasileña, irónicamente apartado de todos los medios artísticos. A su regreso al continente europeo vía París, se topó con un libro sobre restauraciones artísticas que, tras un año de aislamiento, impresionó al pintor y supuso para él toda una revelación. Dio continuidad a este interés mediante la formación académica en la Universidad de Granada, donde se especializó en restauración de pintura entre 1991 y 1993, antes de que una beca le llevara a Kiev para estudiar la restauración de imágenes iconográficas ortodoxas. De 1998 a 2000, plenamente comprometido con este oficio técnico y esta nueva pasión, acudió a la Universidad de Northumbria para especializarse aún más en la restauración de obras elaboradas sobre papel.

Gracias a este conocimiento técnico especializado y exhaustivo, Fraile encontró trabajo en algunas de las instituciones más célebres de la capital inglesa, como la Tate. Aunque la restauración había superado a la creación a estas alturas como principal ocupación de Fraile, una amiga le pidió que pintara un retrato de su familia. Tras años de creación conceptual (en una España en el periodo posterior a la dictadura) y restauración, aplicar un pincel se había convertido en una actividad poco frecuente para Fraile. Sin embargo, en cuanto el pincel entró en contacto con el lienzo, la imagen cobró vida, moldeada por los conocimientos técnicos que había acumulado a lo largo de su carrera profesional. Los colores eran pigmentos contextualizados en la historia, y las técnicas y los métodos estaban arraigados en épocas y movimientos específicos. El cuadro resultante se presentó a la National Portrait Gallery de Londres y se exhibió en esta institución.

El boca a boca resultó una estrategia profesional eficaz en una ciudad y un país inmersos en la tradición del retrato. Desde políticos hasta militares, pasando por miembros de la alta burguesía, comenzaron a acumularse los encargos para Fraile. Se encontró a sí mismo en Bruselas, donde rápidamente cobró sentido un enfoque similar basado en la creación de redes. Su primer encargo de perfil elevado en la capital belga fue el de Herman de Croo. Tradicionalmente, se lleva a cabo un retrato de todos los presidentes del senado federal, pero a de Croo le estaba costando encontrar un artista de su agrado. Sin nada que perder, el restaurador convertido en retratista escribió al político, y le propuso una visita a su taller. A partir de ese momento, se abrieron las puertas de par en par en las esferas políticas de Bruselas, lo que condujo a la colaboración en curso de Fraile con el Parlamento Europeo.

Técnicamente, Fraile ofrece una definición humilde del retrato y la semejanza; lo describe como la narración de la historia de cómo incide la luz en un determinado personaje. Su intervención artística, el modo en que captura esa «historia», radica en el cuidado y la atención que dedica al objeto de su obra. Ya sea mediante un posado en vivo, con una creación compuesta de cientos de fotografías o con una única fuente visual, Fraile dedicar una gran cantidad de tiempo y energía a entender a quién va a retratar. Ahí reside el verdadero homenaje a su arte. Al margen de los aspectos técnicos, es a través de los ojos –el quid de nuestros sentidos perceptivos– como el retratista captura el alma de su modelo. A su alrededor, los elementos se difuminan, enfocados y fuera de foco, mientras Fraile aplica su propia subjetividad para subrayar una magia naturalista insospechada de verosimilitud pictórica. Utilizando óleos, pigmentos históricos, tonos de carnación y sombras, el pintor aplica un número infinito de firmas invisibles sobre las asombrosas representaciones, desde la sombra del nacimiento del pelo hasta la textura o el color del nudo de una corbata.

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