Franco Marrocco nació en Rocca d’Evandro (Campania) en 1956. Las primeras obras del artista, que estudió en la escuela de arte de Cassino y en la Academia de Bellas Artes de Frosinone, se caracterizaban por una estética expresionista al servicio de un enfoque realista existencialista. Su producción más madura conservaba parte de esa fogosidad inicial a la vez que se abría a una naturaleza más atemporal y reflexiva.
La combinación de luz y espacio ha sido un elemento definitorio de la investigación pictórica de Marrocco desde los años setenta. Se expusieron obras de este tipo en las principales muestras de esa década, como en el Centro de Servicios Culturales de Cassino (1978) y en el Premio Mazzacurati de Teramo (1979). A través de nuevos experimentos se materializó una conciencia de la relación intrínseca entre la renovación artística, social y política: el objeto representado se deconstruía y se recomponía de forma casi arquitectónica. El lienzo servía de telón de fondo para representar una figura desmontada y luego montada de nuevo, con el recuerdo de su vida anterior todavía vivo. Donde la luz ofrecía libertad, el color se imponía como un poder fértil, la figura no dejaba de ser una impresión mnemotécnica.
En la segunda mitad de los años ochenta, el texto y la composición se fundían en una representación integral. A finales de los años noventa, la búsqueda de sentido llevó al autor a sumergirse en el magma primordial de las profundidades telúricas, en las que la luz parecía consumida por la oscuridad y el abismo se manifestaba como una entidad inescrutable y visceral (Corpo a corpo, 1999), una escalofriante oscuridad interestelar (Velato, 1999), un misterio mitológico ancestral (La palpebra del ciclope, 1997) y un inframundo insondable (Caverna, 1999).
Dando mayor importancia al color, Marrocco se asentaría en tonos a los que aludió brevemente en obras anteriores, como los retratados en los cuadrados geométricos de su Alito (1999). Su siguiente fase expresaría una mayor tensión con una gama líquida de azules oceánicos y etéreos, de una ligereza que los hacía casi transparentes.
Marrocco es profesor de pintura en la Academia de Bellas Artes de Brera, en Milán.