Kęstutis Grigaliūnas nació en Kaunas en 1957. Entre 1976 y 1982 estudió diseño gráfico y producción en el Instituto Estatal de Arte de Lituania, absorbiendo numerosas inspiraciones e influencias a las que recurriría en formas constantemente cambiantes e irónicas más adelante.
Ya sea en la pintura o en la escultura, la curiosidad y la capacidad de Grigaliūnas para la referencia y la toma de préstamos le llevaron a adoptar una interpretación muy personal del fragmento artístico. De hecho, desde principios del siglo XX, la modernidad ha explorado el fragmento como parte del todo, una sinécdoque que o bien reemplaza al conjunto o bien lo invoca. Sin embargo, para Grigaliūnas, el fragmento, como entidad independiente y separada, es plenamente autosuficiente, hasta el punto de que puede sustituir al conjunto del que se desprendió. A través del detalle, la parte, la pieza, el artista refleja la imagen global para comentarla y no lo contrario.
Su arte es figurativo, pero nunca antropomorfo. Una vez más, los objetos y las herramientas de la humanidad bastan para representar a quienes los manipulan. Estos temas ofrecen una lectura a tres niveles. La primera capa es la de lo inmediatamente visible. La segunda, la de las referencias intelectuales y culturales entrelazadas que funcionan como una metanarrativa. La tercera, la de la «batalla» material visible tanto en su pintura como en su escultura. Esta celebración del fragmento se repite a lo largo de su carrera, en la que Grigaliūnas ha expuesto con gran regularidad (mostrando, por tanto, diversos segmentos de su corpus) y ha participado, incluso como nombre consolidado, en muestras colectivas, en las que ejerce como parte de un conjunto más amplio.
Cronológicamente, sus obras tempranas son, irónicamente, más joviales. Los colores atrevidos y las formas llenas de confianza de los cómics o los libros infantiles se toman prestados -a menudo a través de la técnica del estarcido- para encubrir una ansiedad latente. En su mirada del arte pop, el Fluxus y el cine (Eyes Wide Open, por ejemplo), el artista cultiva su propio lenguaje, su red personal de referencias útiles y significativas. A mediados de la década de 2000, la ilusión optimista se desmorona lentamente y la contaminación visual revela lo que siempre estuvo presente: la incertidumbre. En torno a 2007, la muerte, como tema y motivo, se convierte en un elemento creativo aceptado, ya que se percibe que infunde sentido allí donde ningún sentido puede presumirse.